Descubrir a los 37 años que ya no te divierte tanto hablar de excrementos ni del acto de defecar. Has dedicado mucho de tu vida a reflexionar sobre la magia de cagar, sobre aquello que sale del ojete, cómo sale, su ontología y aplicaciones, pero la escatología ya no te motiva más. Es cosa de críos, ahora por fin hablas de coches, de teléfonos y de trabajo.
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