26 enero 2014

Demasiado tiempo libre

Desde que estoy en paro he desarrollado una capacidad especial para perder el tiempo. Es un don, lo sé. Consigo acortar el día, que el tiempo transcurra sin afectarme. Es como una suerte de hibernación despierto. Porque no consiste en dormir mucho y permanecer aletargado durante la vigilia, no. Me despierto antes de las nueve de la mañana y no me acuesto antes de las doce de la noche. Es decir, permanezco activo un número razonable de horas. Aprender a deshacerse de ellas, a rellenar el tiempo con aire, con nada, lo considero un triunfo del que he llegado a sentirme orgulloso. No puedo explicar cómo lo hago, pero intentaré ilustrarlo con el ejemplo de cualquiera de mis días.

Me levanto, me ducho y desayuno y estoy preparado para empezar a perder el tiempo antes de las diez de la mañana. Veo el libro sobre el sillón y me prometo leer un poco después de repasar los periódicos del día en internet. Empiezo a leer la página de titulares y pronto me aburro, miro alguna cosa más y ya son las cinco de la tarde. Saco de la nevera el resto de pizza descongelada que cené anoche y vuelvo al ordenador. A las once y media el dolor de ojos me hace volver en mí. Ceno cereales con leche fría delante del ordenador, terminando de repasar unas páginas que me había dejado pendientes. Embrutecido, insensibilizado. Lobotomizado, como se decía en los noventa.

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