Tema del debate de esta noche:
"Siete y media de la mañana: masturbación, ¿derecho u obligación?".
Alegatos iniciales:
Derecho: La libertad en el disfrute de la propia sexualidad desde bla bla bla.
Obligación: Lo odio, luego me duele la pinga todo el día. Me niego pero no puedo. Soy esclavo de mis instintos. Y quién dice la pinga dice lo de la mujer, este encarcelamiento de la voluntad no entiende de género. He probado a ducharme por las noches, para evitar la tentación, pero no funciona. Si no lo hago inmediatamente después de levantarme, no consigo incorporarme a la vida hasta la hora de comer. Como digo, no funciona. Y claro, ducharse... ya se sabe. Uno procura sumir el acto en la más anodina de las rutinas, un acto descargado de toda intención, tan sólo agua tibia y jabón y la mente todavía durmiendo, en lentísima ascensión hacia la vigilia. Sin embargo el agua tibia resbala por el cuerpo desnudo y llega a aquel lugar. Juro que no lo he tocado, él sólo se pone en funcionamiento y reclama atención. Yo lo dejaría así, pero también lo he probado y no funciona: aquello termina por arruinarme el día. Por mucho que me resista, si quiero una vida con la mínima calidad, no me queda más remedio que darle la réplica a mi cuerpo. Solución, masturbación. Contra mis deseos, contra mi voluntad, contra mi libertad.
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