31 agosto 2014

No quiero enamorarme

Los vellos del pubis que se me caen al suelo del cuarto de baño, por algún extraño fenómeno de convección terminan todos acumulados en una esquina del mismo. Esquina que observo todos los días, en escorzo, cuando me siento en el inodoro a defecar. Y entre esfuerzos ventrales paseo la vista por la alfombra peluda y asquerosa que voy dejando. Me prometo recoger mis restos por pura decencia, pero no lo hago. Y mes tras mes añado más materia, de tal manera que ya no sólo la esquina está colonizada sino una gran superficie del cuarto de baño. Avanza exactamente como una duna, respetando su geometría de luna creciente con la cresta más elevada que las puntas y resulta evidente que el vello púbico y la arena responden a los mismos patrones dinámicos. Es bonito este paisaje de filamentos nacidos de mis piernas, axilas, culo y entorno escrotal. Lo admiro, pero sé que el día que reciba vista tendré que limpiarlo.

28 agosto 2014

Quiero

Estoy harta de esperar. Ya tengo diecisiete. Puedo elegir. Conozco los pros y contras. Es mi decisión, es mi cuerpo. De esta noche no pasa. Esta noche concibo. Sólo tengo que obtener la pócima. Tu pócima. O la suya. O la de aquel. Me da igual. El resto lo pongo yo. Todo. Lo quiero sola. No os necesito, sólo lo tuyo, lo espeso.

25 agosto 2014

Pequeño vals vienés

En Viena hay diez muchachas, un hombro donde solloza la muerte y un bosque de palomas disecadas. Hay un fragmento de la mañana en el museo de la escarcha. Hay un salón con mil ventanas. ¡Ay, ay, ay, ay! Toma este vals con la boca cerrada. Este vals, este vals, este vals, de sí, de muerte y de coñac que moja su cola en el mar. Te quiero, te quiero, te quiero, con la butaca y el libro muerto, por el melancólico pasillo, en el oscuro desván del lirio, en nuestra cama de la luna y en la danza que sueña la tortuga. ¡Ay, ay, ay, ay! Toma este vals de quebrada cintura. En Viena hay cuatro espejos donde juegan tu boca y los ecos. Hay una muerte para piano que pinta de azul a los muchachos. Hay mendigos por los tejados. Hay frescas guirnaldas de llanto. ¡Ay, ay, ay, ay! Toma este vals que se muere en mis brazos. Porque te quiero, te quiero, amor mío, en el desván donde juegan los niños, soñando viejas luces de Hungría por los rumores de la tarde tibia, viendo ovejas y lirios de nieve por el silencio oscuro de tu frente. ¡Ay, ay, ay, ay! Toma este vals del "Te quiero siempre". En Viena bailaré contigo con un disfraz que tenga cabeza de río. ¡Mira qué orilla tengo de jacintos! Dejaré mi boca entre tus piernas, mi alma en fotografías y azucenas, y en las ondas oscuras de tu andar quiero, amor mío, amor mío, dejar, violín y sepulcro, las cintas del vals. Federico García Lorca.

19 agosto 2014

Te recordaré

Quiero traer aquí unas notas muy rápidas referidas a lo que ha sucedido hoy en la oficina y que me ha impresionado candentemente. Ha impresionado la ropa interior con la marca indeleble de mi goma arábiga, quicir. Se trata de la despedida de una compañera. Una chica muy joven, tersa y, sí, extremadamente bella. Ha desmenuzado la gran despedida en pequeños adioses por los clanes que espontáneamente hemos ido formando, de acuerdo con nuestras dinámicas grupales consuetudinarias. La anécdota que trato de referir no se ha producido en la propia y definitiva separación —en ese abrazo con la otra compañera, en los dos pares de senos hallando contacto, acomodo, consuelo, hogar, cada cual recíprocamente amortiguado por el otro respectivo—. El momento, instante en realidad, ha chispeado antes, cuando en un gesto de ternura, de aprecio, de cómplice consideración por tanto tiempo compartido de rutina, proyectos comunes, decisiones consensuadas, responsabilidades, escasas desavenencias y alguna alegría, le ha acariciado imperceptiblemente el brazo desnudo. No hace falta describir cómo visten en el tórrido julio las mujeres que transitan todavía el edén somático de la veintena. Todos conocemos esas camisetas evanescentes de tirantes que fían a los aerodinámicos sujetadores, prodigios del diseño, la difícil tarea de evitar una total desnudez imposible de no intuir. Esos cuerpos perfectos, tapizados de piel brillante y dorada, fina, suave, depurada, el vientre plano y los pechos estructurados. Siluetas renacentistas, anatomía forjada en el mismo paraiso. La caricia. Se ha desvanecido todo. La caricia. Erótica destilada. La caricia. Instante de una belleza prístina, cándida, núbil, que ha derrumbado la resistencia de nuestros sexos, promesas abrasadas en la oscuridad del pantalón, sucumbiendo a ese último destello puro, honesto, infantil y perfecto que ya podrán contemplar nuestras arruinadas vidas.

13 agosto 2014

Despierta

Despierta después de doce horas de sueño. Los párpados hinchados, las arrugas de la cama en tu cuerpo desnudo y el sudor cristalizado sobre tu piel. Costras de sal en la sábana, allí donde has yacido, y los músculos anestesiados. El tiempo detenido.

Despierta, te lo ordeno.

08 agosto 2014

El hijo

— Entonces no te importa que pasemos.
— En absoluto. No hay ningún problema, tenéis la llave; así que, si os hace falta, ya sabéis...
— Te lo agradezco, Víctor.
— Lo único que te pido es que no des a luz justo aquí.
— En tu casa no pensaba dar a luz, por si te tranquiliza. Iremos al hospital unas horas antes.
— Ya sabes que el apartamento es pequeño y no podría quitar luego el olor.
— Joder, Víctor...
— Y todo el suelo perdido de líquido.
— ¿Líquido?...¡Qué desagradable!
— El líquido de la vida.
— Por favor...
— Y la pared salpicada de zumo. Dulce plasma. La placenta colgando de la lámpara, goteando, con el cordón umbilical columpiándose y trozos de carroña pudriéndose por las esquinas.
— ...
— ¿Sigues ahí?
— ...
— Tenéis la llave. Mi casa es vuestra casa.