Coloco los pies paralelos, cuidándome de que ocupen
homogéneamente su baldosa respectiva y sin rebasar sus límites. Las piernas han
de quedar en posición vertical hasta las rodillas, donde se doblan en ángulo
recto, alineadas con el asiento. Sobre ellas dejo descansar los codos de manera
que los brazos converjan ligeramente, con calculada simetría, hacia las palmas
abiertas y enfrentadas de las manos, en las que apoyo las mejillas. Con los
ojos cerrados y el gesto concentrado voy bombeando excrementos fuera del
cuerpo. Es imperativo que caigan en el centro del sumidero, donde se sumergen
sin salpicar apenas. El proceso debe durar lo justo. No me gusta prolongarlo.
(La posterior limpieza del ano es una tarea
que, por prolija, se haría demasiado larga de describir aquí.)
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