05 octubre 2013

Falsas esperanzas

Estamos tan acostumbrados a las novelas baratas y a las películas malas que hemos llegado a creernos todos sus tópicos. Por ejemplo, que nuestra vida cambia tras pasar por una experiencia extremadamente traumática; que nos hacemos mejores y aprendemos a valorar lo que de verdad importa. Todos hemos vivido tragedias, pero pocos han padecido una aguda de verdad. Cuando, por desgracia, nos toca y conseguimos superarla, se instala en nosotros un vacío, una angustia. Es la depresión posterior. Nace tanto del recuerdo de la violencia vivida como de una falsa idealización que hemos interiorizado: la de que ahora de verdad alcanzaremos una conexión plena con la existencia, una puerta para trascender. Y no es así. Uno descubre, tras superar el horror, que regresa al horror de su vida cotidiana que sigue igual de vacua, contingente y falta de alicientes como siempre. Durante la tragedia, el objetivo era claro: seguir, vivir. Y ahora nos preguntamos si esto es aquello por lo que tanto luchamos. Dudamos de que mereciera la pena el esfuerzo. Pero no por la banalidad propia de la vida, sino por las esperanzas infundadas, las mentiras de todas esas historias con las que nos intoxicamos, que nos hacen creer en una redención demiúrgica en vida tras escapar de los infiernos. Pues no.

Decepción. Desconsuelo. Desencanto.

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