Hablemos de ese momento incómodo que se produce cuando, esperando a la persona con la que has quedado, la ves llegar y se establece el contacto visual, pero todavía debéis salvar el corto lapso de tiempo que tarda en llegar hasta ti para empezar con el ritual de los saludos. Un instante que a veces no es tan corto, que puede prolongarse durante un desesperante ciclo de semáforo o todo un trecho de calle por recorrer.
Descartada la solución más sensata –disimular–, ¿qué se hace durante ese tiempo? No podéis pretender no haberos visto, dirigir la atención a otro lugar podría interpretarse como gesto de descortesía. Estáis, por tanto, socialmente obligados a miraros. Con impotencia, ya que es muy frustrante que los primeros instantes del encuentro, de gran intensidad emocional, coincidan con un apartamiento físico. Y os miráis sin saber cómo actuar, cómo transmitiros la satisfacción del momento, y tal vez hagáis algún gesto de empatía o pretendidamente gracioso.
Pero todo ello sintiéndoos muy estúpidos y sin poder parar de pensar, mientras tanto, cuánto más apropiado resultaría que el primer contacto coincidiera con el encuentro físico, para evitar así esta embarazosa situación.
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