02 diciembre 2013

A través del ano

En la universidad hice una apuesta con un compañero. El que perdiera tenía que someterse a una exploración rectal por un proctólogo, alegando unas supuestas molestias. El otro lo acompañaría, para asegurarse de cobrar su pieza.

Por fortuna gané la apuesta y sigo manteniendo el ano incólume.

Mi amigo estaba tan avergonzado que concertó una cita de forma privada, para evitar que el seguro de su padre cubriera la consulta y así se enterase. La broma le costó cara. Después de salir del médico, le invité a una cerveza para que me contara la experiencia; no sé si quiso prolongar la gracia, pero se negó a sentarse en la banqueta y permaneció de pie. Le recordé la anécdota unos semestres después, el día de nuestra graduación, un instante antes de que subiera al estrado a recoger su diploma.

Es una pena, pero después de tanto tiempo hemos perdido el contacto, mi amigo al que el médico introdujo un dedo lubricado en el recto y lo giró palpando su textura, y yo.

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